Djeddah, puerta de entrada de los peregrinos a la Meca. En árabe, el nombre de esta ciudad costera, significa “abuela” . Dicen que allí enterraron a Eva, nuestra antepasada, pero ya nadie puede ir a rendirle homenaje, porque las autoridades se encargaron de borrar su supuesta tumba de la faz de la tierra en 1975. Un destino que persigue a las mujeres de ese lugar del mundo, en el que viven a escondidas de las miradas y del resto del mundo por nacer mujeres. Un reto personal y profesional para mí, ya que durante tres años aprendí a "refrenar" mi feminismo europeo, basado en derechos adquiridos, por los que lucharon durante siglos, las mismas mujeres que en su tiempo se negaron a doblegarse a la voluntad de una sociedad construida por hombres y para hombres.
El 1 de septiembre de 1998, aterricé en el aeropuerto de Djeddah sabiendo lo que me esperaba, prohibición de conducir, de hablar con hombres en público, de subirme a un ascensor con hombres, de trabajar, de andar por la calle sola, de practicar cualquier religión que no fuera el Islam, de vestirme como quisiera para salir. Pero a pesar de todo esto, esas mismas mujeres árabes, me enseñaron que "Donde está la ley está la trampa”, y mi vida diaria se fue acoplando a este refrán tan español.
Trabajé, estudié, me desplacé con la ayuda de mi chófer a cualquier lugar, debajo de mi “abaya” iba en ropa interior si quería sin que nadie se enterase, esperé pacientemente delante de la puerta de los ascensores hasta que llegasen vacíos, abrí una cuenta corriente para disponer de mi dinero, y sobre todo, aprendí a sobrevivir y a adaptarme. El mismo 11 de septiembre, tres años después de mi llegada, el mundo cambió para todos y ese mundo que había tenido que inventarme, volvió a verse doblegado por otras leyes.
Hace un par de años, mi compañero de trabajo en Dubái me animó a participar en lo que en principio, fue una recopilación de relatos de profesores de español en el mundo. Accedí sin pretensiones, probablemente porque era una buena oportunidad de poner orden a recuerdos y sensaciones que seguían dando vueltas sin rumbo, en mi memoria. Un sol sin piedad, una población en blanco y negro, olores a especies del laberinto del zoco, coches de lujo llevando a corderos en los maleteros para la matanza del Eid, el Mar Rojo y sus profundidades, y sobre todo, los mejores amigos que haya hecho nunca.
Escribir este relato fue como una terapia, y aquí acabó, en papel, sin que yo misma me lo crea todavía, gracias a la iniciativa y el duro trabajo de Rafael Robles y de sus más próximos colaboradores, y de Esquema Ediciones, por creer en nosotros.
A todos los que me dieron esta oportunidad,.. “Shukran”, esperando que disfrutéis de todas las experiencias relatadas en este libro, como una pequeña aportación a favor de la tolerancia, que tanta falta nos hace.
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